Necesitamos alimentarnos para vivir. Es una cuestión que atraviesa a todos los seres vivos. Los alimentos son nuestra fuente de energía: a través de los nutrientes, nuestros cuerpos son capaces de funcionar y hacen posible que desarrollemos nuestras vidas. Esta idea tan sencilla nos hace evidente que nos encontramos arraigadas, que vivimos dentro de ecosistemas diversos y nos relacionamos con sus ciclos naturales de forma constante. La alimentación nos hace visible nuestra ecodependencia.
Sin embargo, la alimentación es un carro de combate. Actualmente, a pesar de producirse más alimentos de los que podemos comer, no todo el mundo tiene garantizado el acceso. Una de cada nueve personas se encuentra en situación de subalimentación, es decir, que su consumo alimenticio es menor al necesario para poder desarrollar una vida en condiciones dignas. La existencia de hambre en el mundo pone en evidencia las desconexiones del sistema alimentario vigente y del modelo de explotación que rige su producción, distribución y consumo.
Por cada semilla que se queda en manos de Montsanto, Dupont o Syngenta, por cada cultivo que se pierde por falta de acceso a la tierra o de ingresos para sustentar vivir de la agricultura, por cada receta que olvidamos para comprar comida preparada en una cadena de supermercado, por cada comida que no cocinamos en nuestros hogares por falta de tiempo, vamos perdiendo poco a poco nuestra soberanía alimentaria.
Ante este escenario podemos observar como en nuestro entorno y territorio, brotan proyectos que quieren transformar el sistema alimentar industrial de cabo a rabo. Quieren poner fin a un sistema que acapara recursos, que explota cuerpos humanos y no humanos, que contamina tierras y alimentos; y lo hacen recuperando prácticas alimentarias populares, creando bancos de semillas solidarios, transmitiendo conocimientos heredados, comunalizando recursos, y cuidando la tierra y a todas las que vivimos en ella.
Cada una de estas acciones tiene una lectura feminista. Si pensamos en quién nos preparaba la comida cuando éramos pequeñas, quién guarda las recetas familiares, quién gestiona la despensa de la casa, quién se encarga de regar las plantas que nos darán alimentos y quién las transforma, quién se encarga del huerta de subsistencia… Estamos poniendo la mirada en personas que desempeñan trabajos de cuidados y de sostenibilidad de la vida, trabajos reproductivos que son imprescindibles para la vida y que no reciben el reconocimiento que les corresponde, y son invisibles, a las hogares, en las calles, en los campos, en las instituciones y en las estadísticas.
Es desde aquí que tejemos las reflexiones que dan forma este texto en torno al sistema alimentario, al papel de la alimentación en la reproducción social y a hacer más visibles algunos de los proyectos de cuidado del territorio que transforman la vida con su acción en el Camp de Tarragona.
¡Os invitamos a leerla y compartirla!